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En Machu Picchu pasan cosas.

En toda la región del Tahuantinsuyo pasan cosas, lo sé aunque aún no la haya recorrido entera. Cada vivencia en la zona es movilizadora.

Hay tres niveles de consciencia a los que podemos despertar cuando visitamos esta región, entre las tantas dimensiones y frecuencias a las que podríamos acceder con la evolución necesaria, son tres niveles de ver y vivir la vida: el inframundo, la serpiente, el inconsciente.  Allí renacemos, cambiamos la piel, nos abrazamos con nuestra sombra y con la Mujer Esqueleto. En este nivel uno se mete en la cueva, limpia, purga, entra en crisis, se transforma. Llora, purifica. Puede doler, en base a cuánto nos veníamos resistiendo. Es psíquico.
Este nivel se siente mucho en la primer visita a la región.
Sin el inframundo, no habría base para el siguiente nivel: el humano, el mortal. Es el del puma.

Aquí ya nos ocupamos de lo físico, del cuerpo, de la integración de todas nuestras partes. Recordamos que el cuerpo es el contenedor del Alma y no es meramente algo superficial: tiene su función y requiere sus atenciones y cuidados. Es nuestro vehículo experimental en este plano 3D y como tal, necesita combustible, energía para continuar manifestándose y creando. Una buena alimentación, el cuidado de la salud y la observación de lo que somatizamos en él se hace imprescindible. No es superficial atender al cuerpo, es necesario para seguir nuestro camino evolutivo. Es el nivel necesario para poder experimentar la vida humana. Aquí integramos los reinos espirituales y físicos, luego de haber limpiado estructuras, bloqueos y limitaciones del nivel inferior: hicimos limpieza para una nueva construcción/integración.
Para poder continuar al siguiente nivel, debemos estar anclados en la Madre Tierra, en la Pachamama, como hijas de ella que somos.

Este último nivel es el del cóndor, un ave que está presente en el mundo pero no le pertenece a él, es libre.
Observa todo desde las alturas, pero nada la afecta. No se toma nada personal. Vive desde el conocimiento de que con su propio poder -sus alas- puede llegar adonde desee, adonde su Alma le dicte. Escucha sus latidos que la guían, no se resiste, fluye, planea en el aire.
Es el nivel de conciencia de la iluminación, de quien pasó internamente por procesos y caminos chamánicos, iniciaciones, descubrimientos, despertares, autoconocimiento. 
Es la manifestación del cielo en la tierra, sin apegos en ningún nivel: es la libertad de cualquier atadura psicológica, emocional, material…

En Machu Picchu pasan cosas. Y Machu Picchu parece que cada día está distinta, siempre bella, pero cambiante. Será la luz, será la magia.

Una se va dando cuenta de que ha llegado hasta allí siguiendo un llamado: primero hay algo que purificar, luego algo que integrar y finalmente algo que manifestar. Son tres niveles y el tres es un número divino. 

Aparecen personas mágicas, se sueñan grandes transformaciones -tanto despierta como dormida-, se rompen máscaras y estructuras inútiles, se accede a la más sincera y natural vulnerabilidad.

En Machu Picchu una recuerda que es Libre. Y que siempre debería tenerlo presente.

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