No tengo ganas.
No tengo ganas porque ya no soy.
Y digo que no, y no invito si no quiero, y no voy si no me siento cómoda o bien, y pongo límites si algo me molesta.
No tengo energía para sostener todo lo que sostenía antes, sin cuestionarme.
No tengo fuerzas para seguir un ritmo, condiciones, mecanismos y respuestas que seguía para encajar, para ser aceptada, haciendo fuerza y saliéndome de mis propios límites.
Tengo casi 40 años y la posibilidad frente a mí -y los privilegios- de elegir cómo quiero vivir mis próximos años de vida, cómo quiero habitar esta Tierra el tiempo que me quede.
La vida es muy veloz, a veces muy frágil y cruel, pero otras tantas es tan placentera, disfrutable. Tengo tanto para agradecer y a esta altura, con todas las crisis convertidas en sabiduría, nada para quejarme.
Díganle a los de administración que me encanta estar acá, que las maravillas que experimentamos, la belleza, el arte, la música, la naturaleza, las personas, todo me encanta.
Por supuesto que tengo mis elecciones, pero si miro un poco más allá de mi nariz, todo parece sincrónico, mágico, coordinado por el más perfecto de los coreógrafos del universo.
No tengo ganas de correr nunca más. Quiero saborear el tiempo, gozarlo, atravesarlo y dejarlo que me atraviese, que marque mi piel con nuestras historias, que el cuerpo me diga todo lo que sí quiere y que rechace todo lo que no.
La sabiduría de mi cuerpo habla de los engranajes más divinos que podemos experimentar, somos seres magnífica y misteriosamente perfectos.
No tengo más ganas de llorar por lo que no hay, de perseguir lo que no es sano o no es para mí.
Renuncio, señoras y señores, a intentar crear una vida para una persona que no soy.
Y tomo, como me corresponde, todo eso que sí.
Gracias, a quien corresponda, por permitirme estar viva.
Este viaje es maravilloso.