Me equivoqué.
Estuve mucho tiempo persiguiendo cosas que no tenían verdadero sentido para mí.
Me tropecé con un montón de piedras que le sacaban el gusto a disfrute a lo que hacía y cometí el error de darles poder.
Quise pertenecer y me convertí parcialmente en alguien que no era, cuestionando hasta mis bases.
Y cuando esas bases temblaron, fui mi propio terremoto y me quebré.
Entré en la rosca de pensarlo todo y todo el tiempo, de recuperar temores antiguos y enterrados, como si con ellos fuera a recuperar el tiempo perdido.
Saqué mil conclusiones, lo analicé todo, me busqué y busqué sanación, goce y abundancia por todas partes, allá afuera, cuando nada parecía brillar por dentro.
Tomé malas decisiones, erradiqué yuyos que eran nutritivos, y los vomité intentando devolverles la vida, para enmendar al menos algún error.
Todo me dijo que tenía que PARAR.
Ir más despacio, dar pequeños pasos.
Comencé a aprender diseño humano y supe que lo tenía que digerir lentamente, que si iba a incorporar algo no podía ser a los mordiscones como antes, que tenía que hacerlo carne y experiencia primero.
Y en las ansias de recuperar mi naturaleza, no supe cómo hacerlo si no era de manera radical e intempestiva.
Me dí cuenta, luego de tocar otra profundidad, mucho más densa que las anteriores, que estaba usando máscaras que no son yo, que en lugar de complementarme me asfixiaban. Me dolía más sostenerlas que arrancarlas.
Me cuestioné la estructura de mi realidad pero me fui de mambo y me cuestioné hasta mi vida.
Y cuando abrí los ojos, tenía ganas de vomitar, desintoxicarme, de vaciarme de todo lo que pretendí ser y de lo que mi mente cree que debo ser. No quiero ser más yo.
Así que me estoy vaciando. Estoy volviendo a sentir, porque de tanta mente había apagado, yo sola, mi fuego.
La serpiente se desenroscó y es hora de que pierda el miedo de mirarse a sí misma y reconocerse hecha de magia, abundancia y poder. Ser canal, qué complejo ha sido hacerme cargo.
La verdadera libertad es aceptar.