Hay una parte del proceso de alquimia y transformación personal que vivimos constantemente, a la que le llamo “la caída”.
Es ese momento en que volvemos a atravesar una noche oscura del alma, instantes, días, meses o temporadas de una profunda tristeza, desconexión del fuego interno, y hasta depresión, necesarias para reconocer que estábamos pensando demasiado. Nos perdimos.
Es la caída la que nos muestra que habíamos enfocado la atención en el No-Ser (como le llaman en Diseño Humano) y nos habíamos distanciado de nosotras mismas. Nos pusimos a ver los huecos, los miedos de carencias, los temores de soledad, de fracaso y así, en lugar de comenzar de a poco a agradecer lo que sí está disponible, lo vivido, lo que nos hace bien.
Sin la caída hay despertares que no pueden ocurrir. Y despertar muchas veces implica soltar algo que duele mucho, pero más duele seguir aferrándose, haciendo fuerza por algo que necesita que lo dejemos ir.
Dejarse caer es tan necesario como saber levantarse.
Reflexiones de Luna llena en Capricornio mientras se me rompe otro cascarón de un deber ser viejo y oxidado.