Todo lo que siento últimamente me duele.
Por eso me duele sentir.
Es un desafío abrirme a lo visceral que es el poder de mis entrañas
de mi intuición, de mi des-conocimiento de mí misma.
Aunque crea conocerme de observarme tanto.
Es un desafío doloroso abrirme a que mi familia
son sólo un par de seres
y con algunos ni siquiera comparto sangre.
Es doloroso intentar forzar
que el árbol ofrezca una semilla
cuando no es temporada de fructificar.
Cuando duele la familia -en cualquiera de sus formas-,
la sanación está en liberarse del pasado
del deseo de aceptación
y de pertenencia.
Y aceptar también que pertenecer es una necesidad básica
fundamental.
El árbol duele
cuando han podado mal sus ramas
o cuando se han quebrado algunas
por la fuerza del viento.
Aún así
el árbol sigue en pie.
Y tal vez algo le duele
y nadie sabe
cómo vendarlo.
Curarlo.
Curarse.
Sanar lo quebrado adentro.
Sanarse.
Olvidar.
Dejar atrás lo que haya que dejar atrás.
Y reconocer que en realidad
estás más dispuesta a olvidar
que a perdonar.
Porque es más fácil esconder
que enfrentar.
Es más fácil enojarse
que disculparse
o decir lo que necesitás
lo que te faltó
lo que te sigue faltando.
Es más fácil olvidar
que atravesar.
Pero olvidando
no hay manera de ganar.
Cuando tu origen choca con el norte de tu brújula
y te sentís perdida de sólo intentar
darte a entender
y expresar tu verdad.
Cuando tus bases proponen
desarmarte y desaprender
para ser coherente
con toda la magia que sos
se hace difícil soltar el amarre
y partir al nuevo rumbo.
A veces tendrás que animarte
a atravesar las aguas
que te separan de tu destino
de todo lo que te espera
para crear la vida que soñás.
Aunque no sea color de rosa,
y esté desteñida a veces
lo mejor que podés darte
es el permiso para caer
para despintarte
y seguir adelante.
Porque rindiéndote a tu propio ritmo
es que podrás renacer.
Mercurio en Cáncer se cuadró hoy a Quirón retro en Aries.
Y todo lo que nos duele puede tomar forma de palabras.
O no.
Y está bien.