Lo cierto es que estamos atravesando momentos desafiantes, intensos y de muchísima carga energética.
Olas de información llegan a nuestras células día tras día con notable aceleración, que parecen imposibles de sostener con la vibración densa actual de nuestros cuerpos.
Sí, hay trascendencia.
Sí, hay evolución.
Pero la evolución no se trata de comenzar a “vibrar alto” para dejar atrás lo que nos densifica y convierte en materia, sino de abrazar la vasija que nos hace humanos y nutrirla con los alimentos y los movimientos que sabemos que la aligeran y permiten la integración de la información.
Son momentos para dejar de reprimir y negar las emociones, y poder abrazarlas con compasión.
No es raro que surjan traumas y recuerdos reprimidos por mucho tiempo, por protección, porque en verdad ya no necesitamos vivir en alerta, con un sistema nervioso desregulado y activado todo el tiempo.
Ya no vivimos en una era donde necesitábamos estar pendientes del animal que amenazara la supervivencia, pero ahora nosotros mismos amenazamos la supervivencia de nuestra propia especie,
Esto hace que los seres más sensibles a las energías y al inconsciente colectivo, colapsen.
Todas las personas susceptibles a los cambios y alteraciones energéticas que acarrean información hacia el planeta, se sienten abrumadas por tanto estrés, burnout, por el ritmo de vida que impone la sociedad, y por las frecuencias de diferentes campos vibracionales que afectan el comportamiento electromagnético y natural de nuestros cuerpos.
Cuando comienzan a bajar el ritmo y a entregarse a una vida más slow en pos de su salud y bienestar, comienza el trabajo interno de transformación más profundo: surgen viejas improntas, traumas, recuerdos e información atascada en la memoria celular que necesita ser liberada.
Muchas personas tienen miedo de bajar el paso y de descansar justamente por eso: porque en la calma aparece lo no resuelto, las sombras, los propios demonios, el infierno interior que se evade con consumo, productividad y procastinación.
Sólo las más valientes y dispuestas a un cambio real en sus vidas serán las que se atrevan a entregarse a un ritmo más pausado para abrazar e integrar todas estas emociones y recuerdos reprimidos o negados que sólo piden aceptación para ser liberados.
Sólo las más valientes serán las que, al liberar esa información vieja de su cuerpo, puedan ser canales y vasijas para la recepción de la información energética de la nueva era y los nuevos paradigmas.
Ser lo suficientemente valiente como para nombrar a los demonios propios en lugar de huir de ellos, es el precio a pagar para el premio de vivir en una era que está amaneciendo, pero que sin embargo necesita que el mayor porcentaje posible de la humanidad lo lleve a cabo.
Porque cuanto más nos escondemos de nuestras propias sombras, más cerca las tenemos y más dominan nuestras vidas. Más agotamos de memorias densas y agotadoras al inconsciente colectivo y más personas saldrán agitadas al mundo a representar todo lo reprimido.
Al hacernos responsables de nuestras represiones, emociones, dolores y negaciones, no sólo hacemos un trabajo de liberación personal, sino también colectiva. Le hacemos un favor al mundo.
Hay ciclos cósmicos enormes cerrándose para lógicamente abrir nuevos, pero no podremos entrar en nuevas eras y en instancias más amorosas de la humanidad si seguimos escondiendo nuestras sombras y señalando las ajenas.
Si seguimos siendo víctimas de dolores ancestrales, si seguimos sin dejar cicatrizar heridas llenas de polvo y sin abrazar las emociones más incómodas.
Ser humanos es ser divinos. Olvidarnos de nuestro origen nos ha llevado adonde estamos. Podemos volver si nos responsabilizamos de nuestras sombras, que al fin y al cabo, son las que portan nuestra medicina y nuestra liberación, para vivir una vida de placer y ya no de dolor.