Los eclipses cuentan historias.
Lo hacen en ciclos de 9 y 18 años, y también lo hacen uno tras otro, encadenándose, añadiendo eventos y circunstancias que nutren el relato de la naturaleza y de nuestras vidas.
Representan la verdadera historia de nuestro Ser interno, de eso que verdaderamente somos: Espíritu, Yo Soy, Sí Mismo. Nuestro Ser real es el centro de nuestra carta natal, la presencia que designa el mapa necesario para nuestro desarrollo y el de nuestros condicionamientos.
La astrología no es sólo el lenguaje simbólico que interpreta a los planetas, sino que es el símbolo que hace sentido a la existencia, que nos ayuda a comprender que no somos sólo ego y persona. Que somos algo más, mucho más potente y magnífico que nuestra humanidad. Y que, cuando alineamos ambas facetas, podemos crear maravillas.
Este Ser que somos es quien se alinea con los eclipses para ofrecernos, casi a la fuerza, experiencias necesarias para salir de la zona de confort, de estancamientos y de situaciones nocivas, y encaminarnos hacia el desarrollo de nuestro potencial. Pero, claro, al ego/mente que quiere tener todo controlado -de acuerdo a lo conocido, que es el pasado- no le gusta nada la idea de cambios y de transformaciones.
Y los eclipses actuales en Tauro-Escorpio hablan un poco de eso: de soltar el control, abrazar a nuestros miedos y sombras, permitir la transformación, apreciar la belleza y simpleza de la vida, valorándolo todo.
Esto nos ayuda para que cuando lleguen los nodos y eclipses en Aries-Libra no nos perdamos en los demás, validemos ser sanamente egoístas, no dependamos de la validación externa, podamos poner límites y aprender a decir que no, nos permitamos seguir a nuestros deseos de realización personal y liberarnos así de falsas amabilidades.
Al integrar la energía Tauro de valoración y amor propio, podemos irnos de espacios dañinos, dejar de revolver heridas de manera compulsiva y rendirnos al placer de habitar un cuerpo humano.