Venus es el planeta ligado, clásicamente, al deseo, lo vincular, y la atracción.
Se dice, muchas veces -en repetición como loro sin cuestionar- que si queremos algo tenemos que atraerlo. Traerlo de afuera, conquistarlo. Aquello que deseemos parece, siempre, estar fuera de nosotros, como si no pudiéramos actuar para manifestarlo desde la energía interior donde ya lo tenemos todo.
Venus tiene dos caras desde la mitología: Venus Pandemos y Venus Urania. Ambas, con supuestos orígenes distintos, nos hablan de dos caras de la misma diosa expresando una dualidad tan humana como celestial.
Así, celestial y divina, es Venus Urania. Nacida de la espuma marina luego de que los genitales de Urano cayeran al mar, es la conectada con las aguas, la intuición, las emociones, la psique (alma). Receptiva, canal. Cielo. Es la del cuadro de Botticelli que ilustra este post.
Venus Pandemos, hija de Júpiter y Dione, es su cara más aguerrida, que busca la acción y se deja llevar por sus apetitos más humanos y mundanos, sexuales, sensuales. Activa, dinámica. Tierra.
Si la acción y la fuerza sexual de Pandemos es también venusina, ¿qué pasa con calificar a Venus de “femenina”, cuando se comporta de manera opuesta? Cuando en lugar de atraer, corre y busca, crea, precipita desde su interior. ¿Qué pasa con los términos “femenino”, ligado a la mujer, madre lunar y útero; y “masculino”, ligado al hombre, a la acción solar, a la fuerza?
Existen energías receptivas y activas, ambas funcionando dentro de cada arquetipo y ser en distinto grado.
Podemos usar estos términos si los desmitificamos o podemos usar nuevos que resuenen más con nosotrxs. Lo que no es sano es seguir respetando condiciones vencidas, sosteniendo una astrología que no funciona con los tiempos que corren. Es como insistir con los postulados de los 60 de algunas terapias que ya no pueden mantenerse bajo la misma mirada.
(ni hablemos de que cada Venus natal tiene signo, casa, aspectos, un Venus Star Point relacionado, es Pandemos o es Urania…)