¿Qué es “bueno” y qué es “malo” para nosotros?
Desde nuestro punto de vista, lo bueno sería aquello que cumple el objetivo o las metas de nuestro ego, es decir, que sea lo que queramos que sea.
Lo malo sería, en oposición, aquello que vivimos y no cumple nuestras expectativas, es inverso a lo que queríamos que fuera.
Calificamos las cosas en base a cuánto cumplen con nuestros deseos, lo cual es una manera que nos limita el “ver más allá”, la apertura.
Por supuesto que existen cosas desagradables y tristes dentro de la sociedad que nadie quiere experimentar, pero no me refiero a los sucesos externos, ajenos a nuestra intimidad, sino a los que están directamente vinculados a nuestros deseos, metas y emociones.
Cuando tenemos un “problema” (entre comillas porque no considero que realmente existan cosas tales llamadas así), cuando nos separamos de una pareja, perdemos a un ser querido, nos echan de un trabajo, estamos indecisos, confusos, perdidos…ante cualquiera de esas situaciones decimos que estamos bajo el efecto de algo “malo”. Como decía, entonces, “malo” para nuestro ego.
Nos cuesta aceptar que la vida no es lo que queremos siempre, porque vivimos enfocados en que las cosas (todas las cosas) deberían ser siempre como queremos, deberían cumplir con nuestras expectativas y darse exactamente como lo deseamos. ¿Por qué? Porque necesitamos sentir la seguridad que nos da el control de los acontecimientos, de las consecuencias. No nos gusta que nos muevan de nuestro cuadradito con base ilusoriamente estable.
Entonces, así es como muchas personas dicen que “la vida es una mierda”, que “la felicidad no existe o es efímera”, que cada día es un pesar, que está “tirando para no aflojar”, etc…lo cierto es que todas esas personas desconocen su propio poder y creer escépticamente que todo en la vida está destinado a suceder y nada se puede hacer. Son personas a las que seguramente les cuesta horrores tomar responsabilidad por un cambio y, por ende, a las que los cambios los aterran. ¿Te sentís identificada?
Sigo: cuando creemos que las cosas son buenas o son malas, sólo estamos viendo desde el matiz de nuestro propio egoísmo terrenal. No abrimos la cabeza a observar que hay algo más: que todo lo que vivimos, lo elegimos; que todo lo que vivimos, es lo que tiene que suceder en ese momento para que podamos absorber un determinado aprendizaje (y que si no aprendemos, repetimos la lección); que todo lo que vivimos no se puede calificar porque no es un sustantivo que pueda adjetivarse, sino directamente es un aprendizaje y como todo aprendizaje, no tiene calificativos (porque invariablemente es un paso hacia nuestro crecimiento, lo cual es una ventaja, algo “bueno”.)
Cada situación que vivimos es un aprendizaje. Cuando abrís la mente a esta concepción, dejás de pre-ocuparte, dejás de querer tener el control y comenzás a hacer algo para aprovechar esas enseñanzas en lugar de rechazarlas por miedo al dolor, a fracasar, a sentirte mal, etc…
Otra cosa que hacemos mucho, es asfixiarnos de cosas para hacer cuando nos sentimos mal, en lugar de simplemente dejarnos en paz, dejarnos ser y estar EN la emoción, sentirla, pero darnos cuenta que no somos eso, que solamente es una fase dentro de la cual lo más sano es permitirnos sentirla, experimentarla y dejarla ir cuando sea necesario.
Las angustias, depresiones, desesperanzas, radican en la falta de fe en el proceso de la vida. No estoy diciendo que alguien con depresión va a leer esto y va a salir sonriente al almacén, en absoluto, porque es un tema profundo, delicado y sumamente personal, pero sólo quiero darles una idea.
Si confiáramos más en que cada situación “mala” es un aprendizaje que tenemos que atravesar para nuestra evolución; si pudiéramos confiar en que el Universo sólo nos da aquello que necesitamos para crecer y que podemos manejar (porque tenemos el poder); si pudiéramos creer en que los conceptos de “soltar” y de “cambios” son renovaciones de ciclos en lugar de tragedias; si pudiéramos abrir la mente a que la felicidad no es un momento de “se me dió lo que quería” sino un estado del Alma, del Ser, en el cual aceptamos cada experiencia como un escalón en nuestro tránsito hacia la evolución, estoy segura de que no existirían más críticas hacia lo ajeno, ni dramas, ni sentimientos de odio porque estaríamos felices aceptando nuestro paso por la vida como quien va a una escuela de crecimiento.
Aceptar cada situación, experiencia y emoción que sentimos, simplemente dejándolas ser sin querer controlarlas a favor de nuestro ego, sino trabajando con ellas a favor de nuestra Alma, de nuestro propósito, creo que es la manera más sana de vivir y más acorde a lo que el Universo quiere de nosotros: crecimiento y evolución en un permanente estado de seguridad interna, de estabilidad y amor propio, rebosantes de felicidad por el simple hecho de estar vivos.