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El mecanismo lunar

La Luna natal es nuestra energía madre, la más cómoda y familiar, y tiene cualidades particulares que son desplegadas automáticamente para constituir el entorno que nos rodea al nacer.

Primero se expresa en el vínculo con la madre biológica -de ser posible- y de lo que ella le transmite desde el embarazo y durante su infancia. Será también la cualidad dominante emocional y afectivamente hablando, en cuanto a hogar, familia y sentido de protección/estabilidad. La Luna también hablará de la persona que más cumpla el rol nutricio y nos enseñe sobre el amor, indistintamente del género.

Dice Eugenio Carutti: “Una de las tareas más difíciles para quien se acerca a la astrología
es poder trascender la fuerza del paradigma psicológico centrado en el individuo. Según
aquél, adquirimos nuestras cualidades emocionales y afectivas por identificación con el
medio ambiente inmediato, percibido desde la perspectiva habitual como independiente
del ser que nace. Visto así, las pautas emocionales dependen de los padres y demás
participantes de nuestra primera infancia; no distinguimos en ellas un patrón necesario,
una estructura ligada al niño y, si la vemos, creemos que es aleatoria e independiente de
él. Solemos pensar que la psiquis se conforma desde el exterior, a partir de las
identificaciones y experiencias en un medio “casualmente” asociado a la persona que lo
experimenta en forma pasiva. Es decir, para nuestra percepción habitual, la estructura
psicológica se constituye históricamente a través de una secuencia de interacciones, acontecimientos y experiencias aleatorias, en las que confluyen pautas familiares,
culturales y, a lo sumo, patrones inconscientes colectivos. Es posible que alguna teoría o
corriente psicológica admita la presencia de características innatas, genéticas o
arquetípicas; pero ninguna se atrevería a afirmar que la trama vincular del niño e incluso
los acontecimientos principales de sus primeros años, responden a una estructura
necesaria, anterior a su manifestación objetiva.

Para nosotros, en cambio, la Luna —y el resto de la carta— es, en tanto matriz,
consustancial al niño y, en consecuencia, todas estas interacciones y acontecimientos
responden a un patrón de manifestación previo a la exteriorización de los mismos. No hay
otra modalidad vincular posible para él: se materializa en los comportamientos maternos y
en las características familiares. El medio ambiente afectivo —que incluye todos los
acontecimientos “externos” suficientemente intensos
como para afectarlo emocionalmente— debe reproducir lo simbolizado por la Luna del
instante de nacimiento.”

Y continúa:

“¿Esto significa que es el niño quien determina a sus padres? Evidentemente, éste es
sólo el opuesto lineal del razonamiento anterior y ambos expresan la misma unilateralidad
perceptiva. En un caso, el medio determina al chico y en el segundo, sus energías —al
manifestarse— generan su campo emocional, imponiéndose al medio.
Es preciso abrir un espacio en el que podamos pensar en términos de matrices
holográficas, que se manifiestan en red de acuerdo a ciclos y patrones matemáticamente
relacionados entre sí, ordenando nuestros vínculos en una estructura que supera la
dicotomía entre “individuo-medio ambiente”.

No tenemos, por ahora, un lenguaje disponible para expresar esto. Precisamente, el
sistema simbólico correcto para hacerlo es la astrología, pero, como pensamos en
castellano, mientras aprendamos deberemos resignarnos a traducir continuamente un
lenguaje al otro. Mas ya hemos dicho que éstos no son simbólicamente congruentes;
siempre hay un abismo que salvar en la traducción y por eso se hace necesario explicitar
el modo no astrológico —o la muy mala traducción que hacemos del mismo— a través del
cual captamos los conceptos. Es necesario permanecer atentos al hecho de que
interpretamos lo que la astrología nos muestra, desde las estructuras inconscientes
ligadas a nuestro lenguaje cotidiano, la principal de las cuales es la división sujeto-objeto.

La posibilidad de contemplar articulaciones cíclicas y estructurales complejas nos permite
intuir un nivel de realidad en el que el “sujeto” es el vínculo. Desde esta perspectiva, es
una abstracción aislar a un individuo de otro en la red que se despliega; cada mandala
natal expresa no sólo una estructura holográfica —en la cual el orden del sistema solar se
reproduce en cada uno de nosotros con diferentes proporciones— sino el modo y el
tiempo en el que los demás seres humanos aparecen en la trama de nuestra vida.
Nacemos en el momento, lugar y contexto vincular apropiados, como para que se hagan
matemáticamente efectivas las relaciones previstas en nuestro instante de nacimiento y
en el de los demás.

Cada carta natal está ligada tanto a la secuencia simbólico-matemática de las de sus
padres, abuelos y tíos, como al orden de la red vincular que se exteriorizará en el futuro: hermanos, amigos, parejas, hijos, etc. Todas estas estructuras deben ser congruentes
entre sí.”

“Limitándonos al factor lunar, digamos por ahora que el ser que nace habita, toma forma
en el útero materno y se encuentra más tarde en su regazo con el calor y la modalidad
afectiva que constituirán su primer hábitat emocional. En esta trama de estados psíquicos
y mensajes maternos debe estar presente la peculiar cualidad —escorpiana, libriana o
capricorniana— que corresponde a la Luna del niño: él está en/con su Luna.

Esta energía brinda al bebé una sensación de completitud, desde la que se excluye
provisoriamente el registro de los otros componentes de la carta natal. Mucho más
lejanas, “exteriores” a esa estructura madre-hijo, quedan las demás cualidades: su
Saturno encarnado en el padre, Mercurio corporizado por los hermanos, y los demás
elementos que materializarán/describirán —en términos astrológicos— el entorno y los
primeros acontecimientos de su vida. Cualquier suceso, simbolizado por la carta a través
de los otros planetas, deberá atravesar el filtro protector de la intimidad madre-hijo (Luna)
para poder afectarlo. Aquí puede verse de qué manera la energía lunar cumple su función
peculiar dentro del sistema.

Su significado se extenderá a las características del hogar y el entorno íntimo que rodea a
la madre y el hijo, en un segundo círculo en el que el niño queda protegido del resto del
mundo, es decir, del resto de la carta natal. La madre, el tipo de hogar, lo afectivizado por
la familia, todo esto posee una estructura coherente que refleja la Luna del niño. Más
tarde, a lo largo de su vida, este patrón protectivo volverá a aparecer a través de distintos
contextos, desde las maestras del jardín de infantes hasta los múltiples ámbitos de
pertenencia en los que se mueva. Allí donde se sienta contenido, aparecerá la matriz
lunar.”

Al habitar esta protección de múltiples niveles, el niño va constituyendo su primera
identidad, determinada por el signo de la Luna, con la complejidad que le agregan los
aspectos y la posición por casas. En cada caso, se mostrarán diferentes sensaciones
iniciales de seguridad, intimidad, temor, afecto, se tomará contacto con la manifestación
de las otras energías: el Ascendente, el Sol, Saturno, Marte, etc., que desde esa identidad
“provisoria” serán experimentados como estímulos “externos”.

En forma simétrica a la importancia de la madre y la familia en los primeros años, la cualidad lunar se impondrá a la conciencia, que dependerá para su sensación de seguridad de la presencia de sus atributos: la acción para Aries, la excepcionalidad para Leo o el orden para Virgo. Allí se
fija una memoria afectiva que rechaza o huye de las experiencias que contradicen a la
cualidad lunar, generando un circuito que refuerza la identificación. El núcleo aislante de
la Luna en Capricornio por ejemplo, no podrá reconocerse en las experiencias asociativas
de un Ascendente en Géminis e incluso inhibirá por mucho tiempo la sensibilidad de un
Sol en Piscis, puesto que ambas cualidades son extremada mente abiertas, en términos
energéticos, y ponen en peligro la modalidad afectiva capricorniana.

“De esta identidad fragmentaria surgirá el anhelo de repetición, que deberemos diferenciar
de la matriz energética lunar. Distinguir entre la proyección psicológica de una memoria
emocional y la objetivación de un patrón energético, es el trabajo fundamental en el
análisis de las lunas. De todos modos, dentro de esta primera identificación y gracias a
ella, se desarrollará en el tiempo una segunda identidad, simbolizada en este nivel por el Sol, que crecerá en la matriz afectiva hasta expresarse como identidad personal. Esta
autoconciencia que va más allá de lo afectivizado deberá aprender a elaborar sus
relaciones con el resto del sistema energético: los demás planetas, signos, casas y
aspectos. Es en este aprendizaje donde se desarrolla la trama habitual de nuestras vidas:
un yo fragmentario que busca la realización de sus deseos, en un campo vincular que
experimenta como ajeno.”

Las cualidades lunar y solar se desplegarán integradamente, de acuerdo a sus ciclos y
ritmos naturales. Se irán abriendo a las energías del Ascendente y de los otros factores
más distantes de la conciencia, que aprenderá a desidentificarse del pasado para
reconocerse en el ahora de las manifestaciones cíclicas de la estructura.

Si esta fase madura -con la necesaria resignificación de la sensación de yo separado- se
hace posible entonces un segundo proceso, que desemboca en la expresión de la
cualidad sintética del Sí Mismo/Yo Superior o centro del mandala natal. En estos niveles,
la Luna se seguirá manifestando ya no como refugio, sino integrada al resto del sistema
en tanto imprescindible capacidad afectiva y de contacto, contribuyendo con el talento
específico de su cualidad zodiacal a la organización de la personalidad, primero, y de lo
que podemos llamar singularidad, después.

El arquetipo de la Luna posee una dinámica evolutiva que presenta un punto de inercia;
en éste, la misma cualidad protectora y nutricia se transforma súbitamente en regresiva,
repetitiva y cristalizante. Aquello que en un ciclo natural (las fases lunares) y en el nivel
biológico, sucede con toda espontaneidad —esto es, la consumación del proceso lunar
con su disolución de la cualidad protectora y la natural liberación de lo protegido— se
convierte en una experiencia compleja en el nivel psicológico.

La identidad constituida en el hábitat de la Luna se ha fijado y busca la repetición de la
cualidad afectivizada —la única asociada a la seguridad— para seguir protegiéndose de
las demás energías de la carta, que aún son vividas como amenazantes. El hábito
aislante de la Luna en Capricornio del ejemplo anterior, se apoderará de la conciencia que
rehuye la excesiva sensibilidad de su Sol en Piscis y la apertura de su Ascendente
geminiano. Casi con seguridad, buscará inconscientemente el rechazo y la soledad para
permanecer en la situación de aislamiento conocida que, aunque sufriente, será más
segura que lo desconocido.

Como un pollito que permanece demasiado tiempo en el cascarón ya roto por su propio
crecimiento, la persistencia de la identificación con la cualidad lunar demora la expresión
de la nueva identidad y distorsiona el proceso de integración de las energías más
distantes para la conciencia. Ese núcleo temeroso se cierra sobre sí y experimenta
sistemáticamente las demás cualidades que deberá asimilar a lo largo de su vida —los
restantes planetas, el Ascendente, etc.— como ajenas a él.

La conciencia seguirá imaginando que no existe peligro y que hay afecto a disposición,
sólo cuando se producen las situaciones propias de la matriz lunar; por ejemplo, cuando
hay contacto corporal en Tauro, palabra en Géminis, acuerdo en Libra. Pero en la mayoría
de los casos esto no es real, puesto que no se están viviendo ya las mismas situaciones
de la infancia; por consiguiente, dejan de ser válidos los recursos de aquella época.

La Luna, en cuanto cualidad energética, prosigue con su ritmo natural, reapareciendo a lo
largo de la vida adulta en contextos nuevos e integrados al conjunto de la carta. Pero la
conciencia, fijada en la manifestación de esta cualidad en los primeros estadios de su
experiencia, la habrá reducido a un mecanismo psicológico en el que se refugia toda vez
que los acontecimientos superan su umbral de seguridad emocional. Si un empresario —
aparentemente exitoso y maduro— atravesara por una quiebra, sería absolutamente
lógico y saludable que buscara el contacto con su familia y sus afectos, para encontrar
consuelo y sostén emocional en una situación difícil. Aquí estaría representada la energía
lunar en integración positiva con las restantes del sistema, en tanto patrón de contención
y pertenencia. Sería más extraño, por cierto, que para consolarse fuera a buscar a su
madre, habiendo ya construido en su vida un entramado emocional maduro y
diferenciado, aunque podamos suponer que en una situación de máxima crisis, la persona
anhele el consuelo de su afecto más primario.

Pero lo que sí ejemplificaría el mecanismo es el caso en el que este empresario,
rechazando todo otro vínculo que no fuera la presencia de su madre, se encerrara en la
casa de ésta negándose a salir, en la convicción de que la sola presencia materna habría
de resolver sus dificultades.

Aunque parece una exageración, esto es lo que sucede habitualmente con nuestra Luna,
sin que lo advirtamos: la identidad integrada que — como el pollito— salió del cascarón
lunar para continuar creciendo, en realidad permaneció adherida a él. Apenas, en el
campo energético, una dinámica particular afecta aquello que tenemos connotado como
seguro, nos retraemos en busca de lo más conocido —la Luna— de un modo tan absurdo
como el de un pollo que busca meter la cabeza en el huevo cada vez que se siente
amenazado, en la creencia de que así estará protegido.

Esto es lo que llamamos mecanismo lunar y es fundamental que lo distingamos de la
cualidad lunar y sus talentos.
El mecanismo lunar es la repetición regresiva de una matriz
imaginaria de seguridad. Aquella cualidad que sirvió como protección y nido afectivo en la
infancia, simplemente ya no cumple esa función, porque las condiciones han cambiado.
Sin embargo, la inercia del hábito imagina su repetición y recorta la realidad para
convencerse de que ese escenario aún es posible. Por eso, es falsa la seguridad que su
perpetuación ofrece y de esta ilusión surgen innumerables conflictos de destino; de
cualquier manera, esto se produce en nosotros, en forma casi inevitable. Es todo un
aprendizaje disolver la autonomía de la memoria lunar que se proyecta inconscientemente
sobre el mundo, para poder vivir en forma integrada las cualidades de nuestra Luna.

Así como distinguimos —en diferentes órdenes de realidad— patrones de despliegue
energéticos que constituyen las matrices básicas de la astrología, también debemos
descubrir el modo a través del cual el ser humano reacciona ante ellos, configurando
patrones de respuesta que, al tender a fijarse, producen sufrimiento y la repetición
sistemática de secuencias de acontecimientos (destino). Uno de nuestros patrones de
respuesta más importantes es el mecanismo lunar; comprenderlo es fundamental, para
diferenciar entre aquello que la matriz energética expresa y el modo en el que la
conciencia queda atrapada por una trama de reacciones y proyecciones.

Nota importante a tener en cuenta: diferenciar siempre entre función lunar integrada y el
mecanismo lunar -esto es, entre los talentos de la Luna y la búsqueda inconsciente de la seguridad- para poder reconocer a ambos factores en una misma Luna, es lo que permite tener una lectura lunar más completa y menos patriarcal. 🙂



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